Un mundo sin dolor
Uno de los elementos más importantes con los que la naturaleza ha 
dotado a seres vivos con sistemas nerviosos evolucionados es el dolor. A primera 
vista, parecería atractiva la idea de un mundo sin dolor, pero imaginemos la 
ausencia de éste. No sabríamos que dejar la mano cerca del fuego está quemando 
nuestra piel, o que algún órgano vital está sufriendo una afección 
potencialmente fatal. Por ello, sería impensable una terapia que únicamente 
lidiara con el dolor mismo. Imaginemos a alguien que tiene, por ejemplo, una 
severa oclusión intestinal que provoca un intenso dolor abdominal; si el doctor 
simplemente se concentrara en hacer que el dolor desapareciera, en hacer, por 
ejemplo, que el enfermo perdiera absolutamente la sensibilidad en su zona 
abdominal, eventualmente esa oclusión se volvería una peritonitis u otro 
padecimiento potencialmente mortal.
Así como el cuerpo ofrece señales de invaluable utilidad, los 
mercados también las tienen: los precios. Un precio es el resultante de la 
interacción entre quienes demandan un bien o servicio y quienes lo producen. Un 
precio alto es una señal de "escasez", un precio bajo denota abundancia. Esto es 
válido tanto para un bien como para un servicio. Un diamante de muchos quilates 
o una obra de arte de un reconocido artista ya fallecido son, por definición, 
bienes únicos e irreproducibles y, por ello, justifican precios potencialmente 
astronómicos. Pero, igualmente, un actor famoso, un futbolista superdotado o, 
incluso, un científico connotado, percibirán ingresos superiores debido a que 
son "uno entre muchos". 
Las señales que nos dan los precios son de extraordinaria utilidad 
para la asignación de recursos. Al ver que un futbolista profesional gana mucho, 
por ejemplo, aumentará la oferta pues muchos jóvenes querrán tomar ese camino 
para hacerse ricos. Igualmente, cuando un bien es muy caro por haber más demanda 
que oferta, esa condición hará que más capital se mueva a producir ese bien, 
tratando de tomar ventaja del alto precio. Igualmente, se retirará inversión de 
sectores que producían bienes que el mercado ha hecho obsoletos o donde hay un 
exceso de oferta, situación que se manifiesta en precios a la baja. Nadie en su 
sano juicio, por ejemplo, invertiría hoy en una fábrica de carruajes tirados por 
caballos, en una para hacer máquinas de escribir o para producir discos de 
acetato.
Ningún inversionista racional destinará su capital a producir algo 
que no tiene demanda, ningún consumidor racional pagará un precio alto por algo 
abundante. Los problemas, sin embargo, se presentan cuando los políticos entran 
a la escena y deciden manipular los precios. Al igual que el doctor de mi primer 
ejemplo que mataría al paciente si simplemente desensibiliza su abdomen, cuando 
artificialmente se sube o baja un precio se provoca que haya más demanda de algo 
que ya era escaso, o que el capital vaya a producir más de algo que ya es 
abundante. Daré dos ejemplos.
El subsidio a los combustibles en México en 2012 le costó el año 
pasado al gobierno alrededor de 207 mil millones de pesos (16 mil millones de 
dólares). Eso permitió que en México se pagaran precios inferiores a lo que 
cuesta la gasolina en los mercados internacionales. Independientemente de lo 
absurdo de gastar esa fortuna en un subsidio que beneficia más a los más ricos, 
al mantener el precio artificialmente bajo se fomentó un mayor consumo de 
energéticos. Hubiera sido infinitamente más inteligente gastar ese dinero en 
expandir la red de transporte público, por ejemplo, para hacerla más eficiente, 
y quizá incluso "abundante", para abaratarla; eso hubiera tenido un efecto 
positivo en quienes menos tienen, y que proporcionalmente gastan un porcentaje 
significativo de su ingreso (y de su tiempo) transportándose todos los días no 
en su propio automóvil, sino en distintos medios públicos. Sin embargo, los 
subsidios se mantienen porque son populares. Cada vez que hablo en 
Twitter de lo absurdo que es el subsidio a los combustibles recibo todo 
tipo de insultos pues muchos piensan que, como el dolor, cualquier incremento en 
precios es negativo.  
Recientemente, vimos otra medida "popular", esta vez en Estados 
Unidos. El presidente Obama habló de incrementar 24% el salario mínimo a nueve 
dólares la hora. La narrativa para solicitar el incremento parece impecable: 
alguien que recibe salario mínimo debería poder mantener a su familia con éste 
(dentro de su esfuerzo por manipulación moralista se le "olvidó" al mandatario 
cuantificar los enormes subsidios y ayudas que alguien en ese nivel de ingreso 
ya recibe). Más aún, si el salario mínimo aumenta, la gente tendrá más dinero 
para gastar y eso estimulará a la economía. Todo eso que suena tan bonito no es 
más que una enorme patraña cubierta de chocolate. Primero, porque el salario es 
el precio que pagamos por el trabajo. Una vez más, un ingeniero o un médico no 
se preocupan por cuánto es el salario mínimo porque su formación, evidentemente 
"escasa", amerita que se les pague mucho más. Un albañil percibe un ingreso 
mucho menor porque hay muchísimos que pueden desempeñar esa tarea sin mayor 
entrenamiento o educación. Si, por orden presidencial, decidimos que le vamos a 
pagar a ese albañil más de lo que vale su trabajo en el mercado, esencialmente 
lo que ocurre es que en vez de ganar los $7.25 dólares por hora (más beneficios) 
que hoy gana, pasará a ganar los cinco o seis (sin beneficios) que cobra un 
trabajador indocumentado que está fuera del sistema. Los incrementos arbitrarios 
en los salarios son extremadamente populares y en apariencia "justos", pero hay 
abundantísima evidencia empírica de que provocan un aumento en la tasa de 
desempleo, particularmente entre trabajadores no calificados y jóvenes que se 
incorporan por primera vez a la fuerza laboral. La otra parte del argumento es 
aún más absurda. Si subir el salario mínimo fuese lo que estimulará a la demanda 
y hará crecer a la economía, entonces no hay que subirlo a nueve dólares por 
hora, sino a cincuenta. Creo que es evidente por qué eso no 
funcionaría.
En este caso, lo triste es que el Sr. Obama y sus asesores saben 
perfectamente que un aumento en el salario mínimo es contraproducente, pero lo 
ponen sobre la mesa exclusivamente por razones políticas. ¿De verdad quieren 
incrementar los niveles de empleo? Eliminemos el salario mínimo. Esto hará que 
mucha gente hoy en la informalidad pueda tener empleos formales. ¿Se quiere que 
los trabajadores ganen más? Ayudemos a que éstos produzcan más y generen más 
para sus empleadores. Esto se logra en dos formas diferentes, haciendo mayores 
inversiones en bienes de capital para que la capacidad productiva por trabajador 
aumente, y entrenando mejor a los trabajadores para que puedan agregar más valor 
en lo que hacen. (Dicho sea de paso, la inversión tampoco está siendo 
incentivada por el gobierno de Obama que parece haberle declarado la guerra a 
los empresarios y los amenaza todos los días con nuevos impuestos, a pesar de 
que la tasa de impuesto corporativo estadounidense es ya hoy la más alta del 
mundo).
Pero la intromisión en los sistemas de precios implica 
consecuencias cuya gravedad es proporcional a los recursos necesarios para 
manipularlos. En mi opinión, una que está adquiriendo proporciones nucleares es 
la impresión de dinero. En forma simultánea, los bancos centrales de Estados 
Unidos, el Reino Unido, Japón, Suiza, el Banco Central Europeo, y otros, están 
imprimiendo dinero. Hacerlo tenía (conjugación en tiempo pasado) sentido debido 
a que la economía mundial corría el riesgo de desplomarse en forma que superaría 
incluso a la Gran Depresión, y la amenaza deflacionaria era real. Al imprimir, 
se provoca "abundancia" de dinero, y consecuentemente se hace que el precio de 
éste, léase la tasa de interés, se desplome. Por eso, estamos viendo el nivel 
más bajo de tasas de interés que jamás ha habido. Si consideramos que el banco 
central estadounidense ha impreso el equivalente a 20% del producto interno 
bruto del país y que sigue imprimiendo alrededor de 6% más cada año, podemos 
imaginarnos dos cosas: primero, el tamaño de distorsión que esta medida le 
inyecta a los mercados (confundiendo al sistema de precios), y las implicaciones 
que algún día tendrá el proceso para revertir la colosal inyección de liquidez. 
 
Tanta liquidez está trayendo secuelas imposibles de cuantificar. 
Primero, cuando las tasas de interés ni remotamente cubren la tasa de inflación, 
esa situación fuerza a ahorradores y rentistas a tomar más riesgo, aunque sea 
para simplemente proteger el poder adquisitivo de su ahorro. Hemos visto un 
incremento en la demanda por bonos chatarra, por acciones y por bienes raíces. 
¿Qué tiene eso de malo? Que en ninguno de los casos el incremento en la demanda 
proviene de razones reales. La demanda por inmuebles, por ejemplo, sería 
perfectamente deseable si ocurriera por motivos demográficos, ya sea por 
inmigración o porque haya más jóvenes formando familias; hoy ocurre solamente 
porque ante la poco atractiva alternativa de comprar un bono que paga casi nada, 
la gente se siente más segura comprando ladrillos. Pero eso mismo provoca otra 
distorsión. Si aumenta la demanda por inmuebles y el crédito se obtiene en forma 
casi regalada, habrá más inversionistas dispuestos a construir nuevas casas y 
edificios. El capital, entonces, está recibiendo señales equivocadas e irá a 
parar a donde le produce poco bienestar real de largo plazo a la sociedad, más 
aún, se quedará atrapado ahí por años.  
Igualmente, en el caso de empresas, muchas que deberían haber 
reventado hace años se mantienen vivas única y exclusivamente porque tienen 
acceso a financiarse a tasas absolutamente irreales. Esa supervivencia 
artificial impide que el capital se recicle hacia donde sí hace sentido y será 
productivo. Se inhibe el deseable proceso de "destrucción creativa" que es tan 
importante para el desarrollo económico, ese es el proceso que hace que quiebren 
las empresas que hacían "máquinas de escribir" o rollo para cámaras fotográficas 
y que se reasigne a nuevos sectores que producirán bienes que sí son necesarios 
y demandados por los mercados. Mientras más lento sea ese proceso de 
reasignación, más lenta es la recuperación. Por ejemplo, hemos visto cómo en 
España, los grandes desarrolladores inmobiliarios apenas empiezan a reventar, 
después de beneficiarse por años de la absurda protección a los bancos quienes 
hacían -y siguen haciendo- hasta lo imposible para ocultar pérdidas. Esa 
"popular" medida sólo retrasó un desenlace inevitable y redujo la probabilidad 
de una recuperación exitosa. También congeló capital que siguió invirtiendo en 
acciones bancarias y que se hubiera beneficiado reasignándose a otro 
sector.
Los gobiernos parecen convencidos de que una colosal crisis que 
ocurrió porque se pidió prestado en forma excesiva (y se dio crédito en la misma 
manera), y se consumió en forma desmesurada, se resuelve dando más crédito y 
provocando más consumo. En mi opinión, eso se está empezando a volver 
exactamente un caso análogo al doctor que le quitó sensibilidad al abdomen e 
hizo que el excremento del paciente simplemente se quedara "guardado" en el 
intestino hasta que la acumulación provocó un problema mucho más serio. Un 
sistema, tanto digestivo como económico, tiene que limpiarse y evitarlo puede 
resultar a largo plazo extraordinariamente peligroso.
El otro día me decía un famoso comunicador que Europa parece haber 
tocado fondo. Estoy en desacuerdo. En mi opinión, sólo hemos prescrito opiáceas 
que han eliminado de tajo el dolor e inducen sueños fantásticos, nada más que 
eso. Así como la burbuja de Internet fue el resultado del estallido de la 
burbuja japonesa de los ochenta, y la crisis inmobiliaria fue la consecuencia 
del estallido de la burbuja de Internet de la década pasada, estamos plantando 
las semillas para un estallido mucho mayor que ocurrirá cuando reviente la mayor 
burbuja de todas, la del mercado mundial de bonos, cuyos astronómicos precios 
hoy desafían a la fuerza de gravedad (recordemos que el precio de un bono es 
inverso a su tasa de interés: a tasas históricamente mínimas, precios 
históricamente estratosféricos).  
Algún día tendrán que subir las tasas de interés ya sea porque los 
bancos centrales pierden credibilidad, porque regresa la inflación 
(probablemente acompañada de estancamiento económico), o incluso porque empieza 
a haber una recuperación económica que haga que regrese la demanda privada por 
crédito, haciendo que ésta compita con los gobiernos, ofreciendo un "precio" -es 
decir, una tasa de interés- más alto por esos recursos. Eso ocasionaría, 
nuevamente, una colosal salida de dinero de los mercados de bonos, pérdidas 
astronómicas para la banca, y colapso de la demanda por inmuebles y activos 
reales. ¿No hemos visto ya esa película? Lo único que puedo afirmar sin temor a 
equivocarme es que tarde o temprano las tasas de interés regresarán a niveles de 
mercado, pues no hay precio que pueda ser eternamente manipulado.  
Como siempre, lo más difícil es anticipar cuándo reventará una 
burbuja. Pueden pasar años antes de que eso ocurra. Por ahora, cuando menos, hay 
que tener enorme cuidado al participar en el sueño de opio colectivo y démonos 
cuenta de que lo único que hemos evitado es el dolor, pero la causa de éste 
permanece intacta.
Jorge Suárez Vélez
Febrero 17, 2013
1 comentarios:
Lo leo siempre Jorge, muy buen articulo. En mi pais, Argentina, se da una situacion similar. La gente esta como anestesiada, contenta porque le aumentan el sueldo 20 o 30% al año y los precios de todos los bienes y servicios lo hacen por encima de ese valor. Hace cuatro años que venimos con esta situacion. No se en que va a terminar esto, pero estoy muy preocupado. El unico refugio ante la demencia gubernamental, es comprar moneda dura, pero hay cepo cambiario y solo queda el mercado negro o paralelo. Muy buenos y claros sus articulos. Slds. Jorge
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