La californización de Estados Unidos
Por Jorge Suárez Vélez
En las últimas semanas se ha desatado una acalorada discusión para definir si la economía ha tocado fondo o si, a menos, los mercados financieros se han alejado en forma definitiva del abismo.
En mi opinión, el debate está confundido. La obsesión por entender tendencias de corto plazo resulta invariablemente en inversionistas dando palos de ciego y perdiendo dinero cuando, tratando de “comprar abajo y vender arriba”, gastan fortunas en comisiones y acaban invariablemente persiguiendo un mercado al cual nunca alcanzan, ni al alza ni a la baja.
Las fuerzas que definen la dirección de los mercados en plazos cortos tienen poco que ver con valuación o racionalidad. Por ello, es una pérdida de tiempo desperdiciar demasiada energía en un proceso en el cual, cuando se acierta, hay más de suerte que de talento.
La pregunta relevante es qué va a quedar después de los altibajos, cuando los sabios que disfrutan al oír su voz e iluminarnos con su opinión, guarden silencio; y cuando los medios de información terminen de ayudar a que los corredores de valores expriman el último centavo de los inocentes con delirio de especulador.
Del 9 de marzo a 5 de mayo, el índice Dow Jones subió 29% en medio de malas noticias en todos los frentes. El alza, en mi opinión, se dio más como consecuencia del desbalanceado y excesivo pesimismo, que porque los inversionistas estuviesen optimistas sobre el futuro o pensaran que habíamos tocado fondo.
Déjeme me explico abusando del simplismo. En los mercados desarrollados, una forma de sacar ventaja de un mercado a la baja es “vendiendo en corto”. Imagine el caso de una persona que pensaba que Citibank iba a quebrar y que cuando la acción de éste estaba a 1.50 dólares la vendió “en corto”. Es decir, que vendió una acción que no tenía. El proceso implica que esa persona pidió acciones prestadas para venderlas en ese momento, con la promesa de devolverlas a quien se las prestó.
Si la acción hubiera bajado de 1.50 dólares a 50 centavos, por ejemplo, entonces esa persona hubiera salido a recomprar las acciones que ya vendió, se embolsa un dólar por acción, y le regresa sus acciones a quien se las prestó.
El problema comienza cuando enorme cantidad de gente hace la misma transacción y a la hora de tratar de “cerrar el corto”, generan alta demanda por esa acción en el mercado (a lo que se le denomina un “short squeeze”), y esa demanda provoca que el precio suba. Si la persona en mi ejemplo vendió en corto a 1.50 y ve que ahora la acción se cotiza a dos dólares, sabe que va perdiendo 50 centavos por acción. A 2.50 va perdiendo uno; a tres dólares, dos; y, probablemente, en algún momento entrará en pánico cuando se dé cuenta de que si esa tendencia -por ilógica que resulte- sigue, eventualmente se verá forzado a tomar la pérdida cuando el intermediario envuelto en la transacción vea que no tiene garantías suficientes para cubrir la pérdida.
Las cincuenta acciones con más “cortos” en el mercado llegaron a subir 18 puntos porcentuales más que el alza promedio reflejada por el índice. Las acciones de bancos, de la industria de la construcción, de las empresas que producen bienes de consumo discrecional, y todas aquellas más lógicamente afectadas por la depresiva situación económica, resultaron las grandes ganadoras. Adicionalmente, los volúmenes operados han sido raquíticos, particularmente considerando el vigor del alza.
Ésta, entonces, ha sido un alza sin mucho sustento y, no por ello, podemos argumentar que el mercado debe caer. Las fuerzas detrás de cada movimiento son impredecibles.
La pregunta inteligente, en mi opinión, es si la situación en la que estaremos inmersos -una vez que las cosas se estabilicen- será una que permita una recuperación sostenible y crecimiento económico razonable. De ser así, es relativamente indiferente que nos mantengamos invertidos hoy, aunque el mercado tenga un ajuste de corto plazo. Si, por otro lado, pensamos que el entorno será complejo para las empresas que cotizan en bolsa, quizá las valuaciones a las que hoy podríamos comprar resultan demasiado elevadas en relación a las utilidades que las empresas podrán generar.
En mi opinión, lo que no se acaba de asimilar es que el mundo que viene es sustancialmente diferente al mundo del que venimos. Estaremos sumergidos en un entorno dominado por gobiernos que, conforme la crisis se prolongue (y se prolongará mucho más de lo que a éstos les conviene políticamente reconocer), acabarán sucumbiendo a tentaciones populistas y proteccionistas.
Como dice Ian Bremmer[1], tres cuartas partes de las reservas de petróleo están en manos de empresas paraestatales, y una octava parte de toda la inversión global es ya dirigida por fondos de inversión soberanos. Ahora, además, el péndulo que inició su curso en los ochenta en la época de Reagan y Thatcher emprende su regreso cuando los críticos claman que esta profunda crisis marcará el fin del capitalismo.
¿Va hacia arriba o hacia abajo el mercado? No lo sé, ni lo creo relevante. Lo que sí lo es, es que se están construyendo una serie de trampas que limitarán seriamente el crecimiento futuro de las economías.
Nos daremos cuenta demasiado tarde de que las carretadas de dinero que el gobierno estadounidense decidió arrojar a la economía serán un fugaz paliativo ante la severa crisis. Mucho de lo gastado irá a parar al ahorro de una población que hoy empieza a darse cuenta de que ha vivido mucho más allá de su realidad. Pagar la cuenta, sin embargo, implicará mucho más esfuerzo de lo que se piensa.
A pesar de la lógica de que el colosal gasto federal permitiría que la crisis no llegara a los estados, ahora encontramos cientos de miles de millones de dólares que les hacen falta a estados y municipios para saldar sus déficit presupuestales. Increíblemente, los casos más desesperados –como el estado de California- proponen medidas absurdas como pedir prestado contra los ingresos que obtendrán por medio de la lotería estatal en los próximos años.
Este estado ofrece un microcosmos de lo que las políticas de Obama pueden provocar. Como dice el comentarista conservador George Will[2], Arnold Schwarzenegger ha probado que es el mejor gobernador posible para los estados vecinos a California, pues 1.4 millones de californianos y un gran número de empresas han abandonado el estado al enfrentar costos 20% superiores para operar ahí debido a impuestos corporativos más altos, y a impuestos ambientales excesivos.
Como dice el mismo Will, si el presupuesto del estado se hubiera mantenido creciendo a una tasa equivalente a la tasa de inflación más el incremento en la población desde 1990, el estado tendría un superávit de 15 mil millones de dólares. Su déficit es, por el contrario, de más de 42 mil millones, lo cual es superior al presupuesto total de 40 de los estados de la unión.
El impuesto sobre la renta de los más ricos hace que el uno por ciento que más gana pague 48 por ciento de la recaudación total. El resultado, sin embargo, es que tienen el cuarto desempleo más alto del país: 11.2%. En algo que también se asemeja al futuro que sueña Obama, 57% de los trabajadores estatales están sindicalizados (comparado con 37% a nivel nacional), y los salarios de sus maestros son 25% superiores al promedio nacional, pero el desempeño de sus estudiantes es inferior a la media.
A pesar de ser la cuna de al menos dos de las industrias más destacadas en Estados Unidos, la cinematográfica y la de tecnología (en Silicon Valley), la situación es desesperada debido a que el excesivo gasto del gobierno estatal puede llevar a que la crisis fiscal californiana provoque despidos de decenas de miles de trabajadores estatales, y una severa contracción de los servicios públicos.
En otro ángulo de la realidad futura, según la revista The Economist[3], se han acabado los efectos positivos de la revolución tecnológica sobre la productividad de los trabajadores estadounidenses. Además, habrá una menor tasas de crecimiento de la base laboral (que se redujo de 1.1% por año a 0.6% en la próxima década). Lo que puede complicar las cosas aún más es que los estratosféricos déficit fiscales que está generando la keynesiana administración de Obama pueden provocar un alza importante en las tasas de interés en los próximos años (en mi opinión, este es el tema más subestimado en todo lo que leo y oigo). La revista cita un estudio de Robert Gordon, profesor de Northwestern University, quien cree que esa combinación provocará que el crecimiento potencial de la economía estadounidense se reduzca de entre 3% y 3.5% al año, a alrededor de 2.25%.
¿En un entorno así, a cuántas veces utilidades hay que pagar la acción de una empresa que cotiza hoy en bolsa? Esa es la pregunta relevante más que intentar adivinar si mañana el mercado abrirá al alza o a la baja.
La respuesta, para mí, es que hay que pagar menos de lo que hoy estamos pagando. ¿Implica esto salirse del mercado o no? Depende de su propia tolerancia al riesgo, de su horizonte de inversión, y de la composición total del portafolio. De lo que sí no me preocuparía es de que el mercado “se nos vaya” o de que estemos frente a una recuperación definitiva. Eso sí que de verdad no lo veo.
Jorge Suárez Vélez
Mayo 17, 2009
[1] Bremmer, Ian, State Capitalism Comes of Age; Foreign Affairs, Mayo-Junio, 2009.
[2] Will, George. California Sagging. The Buffalo News, mayo 17, 2009.
[3] How much will the financial crisis hurt America’s economic potential. The Economist, Mayo 16-22, 2009.
Nota: Jorge Suárez es columnista en la cadena CNN y gentilmente aceptó colaborar con RoccaCharts para la publicación de sus escritos.
jueves, 28 de mayo de 2009
Jorge Suarez: La californización de Estados Unidos
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